La misma deuda
En este artículo, usted encontrará cuestiones ya mencionadas en notas anteriormente publicadas. Sin embargo, intentaré afinar el lápiz para precisar una lectura respecto al pasado y el presente.
Llegado agosto de 2024, pareciera que aún están dando vueltas preguntas respecto al por qué o el cómo, Argentina atraviesa una tormenta económica, piloteada por un presidente anarco-capitalista.
Ya intenté dar respuesta al prólogo de esta historia libertaria. Así como expuse que, pese al enamoramiento del núcleo duro libertario y el tiempo que gran parte de la sociedad decida darle para que implemente las políticas económicas, que resuelvan los asuntos comunes, los desafíos del presidente Milei no distan de los que tuvieron sus antecesores en el cargo.
En este artículo, intentare resumir una especie de cartografía social y política que, en mi opinión, explica por qué Javier Milei, en estos meses de mandato, “no ha resuelto nada” y mantiene con el pueblo argentino la misma deuda.
Si tomamos sólo los últimos 20 años de nuestro país y ponemos como punto de quiebre la crisis del 2001, podemos observar que el estallido social de diciembre de aquel año, el fin de la convertibilidad durante el tiempo duhaldista, y la inauguración del período K del peronismo durante la gestión de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, pusieron fin a una época: los ’90. Un “fin” simbólico, ya que existen y existieron comportamientos que no murieron en esa crisis; el menemismo dejó herencias de todo tipo, que incluso los nuevos gobiernos repitieron casi como una conducta inconsciente. Tal como lo planteó Marcos Domínguez en sus excelentes notas de “zonceras”, tras la caída de la sociedad salarial, pos dictadura de 1976 y el fracaso Alfonsinista el “menemismo logró cambiar justicia social por consumo”.
En esta relación entre política, Estado y sociedad, es posible reconocer que el consumo como “derecho” se mantuvo casi intacto; y que, desde una perspectiva efectivamente muy diferente, casi antagónica a la de los ’90, el kirchnerismo realizó inmensos esfuerzos para no sucumbir en la pérdida de ese derecho consumista. Lo que el peronismo pos-2003 no logró reconstruir ni reparar del todo fue la sociedad salarial que la dictadura cívico-militar de 1976 había conseguido destruir. Se comprende que recuperar esa sociedad nucleada en el trabajo y no en el consumo no era tarea fácil. Pero lo que está claro es que el paso del tiempo introdujo fuertes transformaciones sociales. Un mercado laboral informal casi de la misma magnitud que el formal y una creciente monotributización de los trabajadores fueron moldeando un nuevo trabajador sin derechos, sin sindicatos, sin organización, independiente y que solo se valía por su esfuerzo individual.
Esto sucedió durante una parte importante del gobierno peronista/kirchnerista, que, ante la falta de inclusión laboral formal, intentó contener a estos sectores desde su capacidad de consumo individual. Y fue quizás allí donde este espacio comenzó a disociarse de su electorado, aquel al que durante casi 10 años le había mejorado sustancialmente la calidad de vida, pero que, habiendo completado la primera etapa de su modelo y habiendo superado importantes crisis económicas y políticas, no logró incorporar las nuevas demandas a su gestión. La disputa se situó más fuertemente en lo ideológico y en lo simbólico, en el terreno de los “nuevos derechos”, en mi opinión, fue aquí cuando lentamente el peronismo comenzó a hablarle a un espacio vacío, que intentó interpretar desde teorías europeas y no desde la opacidad de su propio discurso.
Por su parte, el gobierno del Ángel Exterminador, como denominó Asís a Mauricio Macri, se afirmó discursivamente en los errores del último gobierno de Cristina, señalando los daños que la inflación de un 25% anual estaba generando en la calidad de vida de los trabajadores (de todo tipo) y logró imponerse en las urnas, pero no sobre la realidad. Agravó la inflación, bajó la capacidad de consumo y elevó la deuda externa a cifras demasiado peligrosas y conflictivas. Culminando un gobierno con serias deficiencias e inmensa conflictividad, Mauricio Macri acumuló tanto rechazo que se convirtió en el primer mandatario en no lograr una reelección desde la reapertura democrática habiéndose presentado a la misma.
La sociedad decidió cortar esta experiencia y reconstruirse a partir de un nuevo gobierno de coalición que emprendía lo mejor de la época kirchnerista con una nueva cara presidencial que prometía haber aprendido de los errores para volver mejor. La promesa de resolver los conflictos de la deuda externa, llenar la heladera y retomar donde se había dejado, se fue diluyendo ante una larga cuarentena con una estructura de servicios públicos muy deteriorada, una inflación en alza, la reconstrucción de un mercado laboral formal con trabajadores pobres y las propias transformaciones de la sociedad que incorporó al ya mencionado mercado laboral informal y monotributista la cultura freelance que la pandemia dejó con sus efectos digitalizadores de la vida cotidiana.
El proceso 2019-2023 fue la acumulación de una nueva frustración colectiva. El colapso de años de lidiar con los mismos problemas, una dirigencia política incapaz de interpretar las verdaderas necesidades sociales, más la misma receta macrista de otorgar batallas simbólicas a cambio de soluciones materiales, fueron construyendo el escenario perfecto para la aparición de un outsider que logró vomitar toda esa bronca con una narrativa sencilla, eficaz y efectivamente muy fácil de localizar: la casta. Es que no hay mérito político más grande en Milei que su capacidad de ofrecerle a la sociedad los culpables de sus desgracias.
Su ascenso al poder fue tan repentino y acelerado que logró sorprender a muchos agnósticos. Pero quienes no vieron el ascenso de Milei son, en general, los mismos que no lograron interpretar el verdadero estado de situación de una sociedad ahogada y desgarrada por la frustración de no encontrar soluciones y sentirse sola.
Los ocho meses de Milei no parecieran orientar una solución a ninguna de las cuestiones que anteriormente mencionaba. Ni la capacidad de consumo, ni la reconstrucción de una sociedad salarial, ni la solución de problemas cotidianos por la mejora de servicios, ni siquiera la posibilidad de ofrecer el placentero derecho al consumo que su referente, Carlos Menem, pudo lograr. Milei está fuertemente comprometido con la misma deuda de sus antecesores, con el agravante de que ha profundizado cada uno de los puntos conflictivos y deficientes de la política nacional.
El presidente y su gobierno abusan de su suerte y de la posibilidad que le brinda el descreimiento generalizado que existe hacia la dirigencia política, hoy identificada en la oposición. Lo que no logra reconocer el libertario es que no hay peor escenario que no tener un salvoconducto que, en caso de que su plan fracase, logre reconducir el descontento y la crisis política. La imposibilidad de encontrar una salida viable para una sociedad tan castigada no es una buena noticia, y abusar de las bondades del pueblo argentino no pareciera ser un buen plan.
Por: Lic. Pablo Charadia.