Los peligros del reduccionismo
Por: Pablo Charadia
Hace ya varios años que la política argentina sufre, tanto por parte de quienes la practican como por quienes la analizan, una compulsiva síntesis simplista: “El problema de la argentina es….”; “entre los que creemos en el Estado y los que no”; “el mercado es el que regula”. Estas ideas reflejan más el interés que tienen los enunciantes que la realidad que supuestamente buscan explicar.
Esto no es nada extraño si entendemos que el reduccionismo político ha sido muy beneficioso para sectores que tenían muy poco que ofrecer en términos programáticos. La simplicidad de las dicotomías y las discusiones vacías permitieron que vastos grupos conservadores (con disfraz liberal moderno) accedieran a la arena política sin mucho más que oponerse a lo que sea. Si a esto le sumamos la hiperideologización de cualquier tema, narrado desde el dramatismo absoluto y la acusación de “facho” a cualquier cosa que se mueva de forma extraña a los ojos de los bienpensantes, resulta imposible construir diálogos honestos.
Así, el simplismo de reducir todo a dogmas prioriza el tener razón antes que transformar la realidad establecida a través de la creatividad y la autorreflexión. Es difícil encontrar en la dirigencia política actual hombres y mujeres capaces de reinterpretar sus conductas y cuestionarlas, no desde el autoflagelo o la autocrítica, sino desde la evaluación y la interpretación de los hechos para separar lo que nos sirve de lo que no.
Por otra parte nos encontramos con que el reduccionismo es hermano del cortoplacismo. Quien entiende las decisiones políticas dentro de un proyecto que contenga el largo plazo, las perspectivas históricas y de los procesos buscará reducir lo menos posible la realidad para explicarla. Comprender el largo plazo prevé que lo que quizás me conviene para resolver una coyuntura hoy puede perjudicarme en el futuro, afectando al colectivo político y a los intereses de una nación. Este último párrafo no responde a un enunciado que cuestiona moralmente a nadie, simplemente busca describir analiticamnte un humor politico de la época, algo que es propio de estos tiempo en la gran mayoría de los espacios sociales, casi un comportamiento cultural que se sumergen en las aguas de la inmediatez.
Así podríamos decir que hay dicotomías que ordenan las acciones tanto en largo y corto plazo. Un ejemplo claro de esto es la idea “Patria o Colonia” para el Peronismo. Y hay dicotomías que desordenan, como “Intervencionismo vs anti-intervencionismo”. Como mencionamos en la nota anterior, Entre la crueldad y la inoperancia, mientras se discute en la arena pública entre estatismo – antiestatismo y por el ejecutivo se suceden representantes de una y otra postura sin resolver las estructurales angustias de la sociedad, lo único que se alimenta es una visceral bronca que se acumula y se mezcla con una fuerte confusión y desprotección. Cada cual sacará sus conclusiones respecto a quién o quiénes beneficia este estado de la cuestión.
En fin, podemos observar que el Presidente Javier Milei se ha valido de esto, beneficiándose astutamente de la bronca contra la política y haciendo de ella un discurso que lo coloca como una especie de vengador moral. Pero esa astucia se ve limitada por perecer en varios de los errores anteriormente marcados; es un reduccionista de la realidad, es un dogmático y solo quiere tener razón. Esto último se ve con claridad en la falta de muñeca para comprender que llevar el ajuste hasta las últimas consecuencias, haciendo caso omiso a la dolorosa realidad de las personas, puede poner en riesgo no solo su gobierno, sino también la integridad del propio país. Milei solo quiere tener razón porque en su perspectiva de las cosas él encarna la razón. Nada puede ser más autodestructivo e insano que esto para nuestro país; sobre todo si su reduccionismo político se centra en que todos los problemas de nuestro país son de carácter fiscal.
Por lo pronto esperamos que al menos el presidente Milei se convierta en un espejo en el que la dirigencia política pueda revisar sus propias conductas, aquellas que desde otra óptica repiten el mismo patrón, pero modificando las formas.
Politólogo.