22 octubre 2024
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Por: Pablo Charadia*.

De Cristina a Milei y de Milei a Cristina, las últimas semanas estuvieron marcadas por el intercambio de disputas, respuestas y masterclass de las dos figuras más destacadas de la política nacional.

Cronológicamente: la expresidenta y exvicepresidenta de la Nación lanzó un documento titulado “Es la economía bimonetaria, estúpido”, donde cuestionó fuertemente el rumbo económico del gobierno. Posteriormente, se presentó en Merlo, Provincia de Buenos Aires, donde brindó una conferencia en la Universidad Nacional del Oeste. En esta última aparición, profundizó sobre su escrito y dio más detalles de sus diferencias con el gobierno y el presidente. Por su parte, Javier Milei presentó la ley de presupuesto en el Congreso de la Nación, donde retomó los comentarios de Cristina Fernández de Kirchner para hacer un contrapunto que ya había iniciado días antes en su red social preferida, X.

La pregunta que subyace a estos contrapuntos es: ¿a quién le importa?. En mi opinión, a cada vez menos personas les interesa este reality de la política. En el caso de Cristina, hace ya un tiempo prolongado que se dirige a un círculo: el de los propios, los “leales”, como se autodenominan. Así pareciera que Cristina y su fuerza política han quedado anclados en el tiempo respecto a las estrategias y las formas. La fórmula de construcción política es exactamente la misma que hace diez años. En el caso particular de Fernández de Kirchner, la estrategia es prácticamente la misma que utilizó en su cruzada política entre 2016 y 2019. En esa etapa de enfrentamiento directo con el gobierno de Mauricio Macri, donde quizás se vio a la Cristina más virtuosa, quien logró interpretar las necesidades, demandas y malestar de una sociedad a la que ella había dejado un mejor nivel de bienestar. Reinterpretó y avanzó desde allí para volver al gobierno, esta vez como vicepresidenta de la Nación.

Y aquí la cuestión: entre 2019 y 2023 sucedieron algunos eventos que terminaron por reconfigurar las características de una sociedad que venía acumulando decepciones. Ante esto, vale preguntarse por qué la líder de uno de los espacios más significativos dentro del peronismo cree que, sin haber dado ningún tipo de explicación respecto a lo sucedido durante el período de Alberto Fernández, puede retomar una estrategia que funcionaba en otros tiempos como si nada hubiera sucedido.

Considero que este “fingir demencia y seguir” al que apela Cristina, al no dar una explicación honesta, certera y sin eufemismos respecto a la frustrada experiencia de su último gobierno encabezado por Alberto Fernández, ha generado este aislamiento de su figura y su discurso. Ya no habla a las mayorías, sino a un sector, a un círculo reducido. A esto se suma una conducta que se repite desde que, en su gobierno “compartido” con Alberto Fernández, se desató una interna pública: la estrategia de ser analista de la realidad. Cristina se acostumbró a ser quien analiza y expone los problemas, pero no quien los soluciona. Desde las ya emblemáticas conferencias en las que le pedía, en una especie de asamblea pública, al presidente Fernández la utilización de la “lapicera”, o aquellas en las que apelaba a la buena voluntad de los funcionarios de presentar sus renuncias si no estaban dispuestos a realizar ciertos esfuerzos, hasta su última conferencia, Cristina ha asumido más un rol de comentarista que de interventora en la realidad. Pareciera a priori que a lo que apunta Cristina es mantener unidos a los propios; sostener el núcleo electoral y militante a fin de no perder estructura ni capacidad política del espacio, sabiendo que sus “análisis” de la realidad son compartido por su espacio quienes esperan de ella dos cuestiones básicas: definiciones y resoluciones internas.

Por otro lado, las últimas intervenciones de Javier Milei han gozado del desinterés popular. Esto quedó en evidencia durante su presentación del presupuesto, donde la audiencia televisiva se desplomó cuando el presidente comenzó a dar su discurso por cadena nacional. Milei está preso de sus propias expectativas. El presidente prometió prosperidad tras sacrificio. Los sacrificados son cada vez más y la prosperidad no asoma en ningún horizonte. Si Cristina comenta los errores, Milei es el relator de lo inexistente, el que pinta un país distorsionando la realidad y festejando desgracias ajenas. De manera obscena, celebra el éxito de un ajuste tan cruel como insoportable. Para muchos a estas alturas, hacer oídos sordos a las palabras del presidente es un acto de autocuidado.

Ante el inminente fracaso del gobierno de Javier Milei, lo que se vislumbra, además de la frustración, es el desinterés. A nadie le importa ya lo que cualquier dirigente tenga para decir, entre otras razones porque la política se ha convertido en un reality donde abundan el tacticismo y el palabrerío cosmético. La interacción política entre los dirigentes, los partidos y la sociedad se ha centrado únicamente en buscar modificar o influir en el humor social para beneficios facciosos. Todo esto ha contribuido al distanciamiento entre dirigentes y sociedad.

Milei parecía haber logrado romper esa simbiosis con su discurso anticasta, donde denunciaba que las políticas de las formas no solucionaban los problemas estructurales, y los beneficiados eran siempre los mismos. Pero su discurso se desplomó con su propia gestión: primero, porque fue exagerado en la denuncia; segundo, porque repite lo mismo que critica; y tercero porque se encontró con los mismos problemas y límites que sus rivales al enfrentarse a la Argentina, y nunca es bueno escupir para arriba.

En la era del hiper individualismo y la soledad de enfrentar los problemas cotidianos ya nadie escucha a nadie por ende ¿Cómo se repara esta preocupante ruptura en la que los representados no encuentran representantes? sospecho que una posible solución debe contar con dos componentes esenciales: expectativa y realidad. El primero corresponde a la idea de que algún espacio político logre articular una narrativa que entusiasme. Tal narrativa deberá tener la virtud de escapar del esquema pendular extremo-extremo (antiestatismo vs. estatismo o progresismo vs. antiprogresismo) y presentar ideas o proyectos concretos para problemas reales, sin medias tintas; esto puede reconstruir un lazo; el primer paso lo debe dar la elite política que si quiere ser oída primero deberá aprender a escuchar. El segundo componente es el aspecto plenamente instrumental de la política. En tal caso la oposición es quien carga con la responsabilidad más importante para construir una alternativa y dar certezas en el presente. Quizás se pueda encontrar un germen de esto en las iniciativas legislativas para el aumento jubilatorio y financiación universitaria. Golpes concretos que evidencien acción.

Si usted coincide con las lecturas que he venido realizando en las notas publicadas anteriormente, entonces ambos entendemos que el ciclo de decepciones políticas iniciado con Mauricio Macri estuvo articulado por el ajuste y la exclusión de los más débiles. El rechazo social que esto provocó hacia Macri y, posteriormente, hacia Alberto Fernández, va camino a materializarse también con Javier Milei. Cómo se materializa una nueva frustración social ante un ajuste tan grande es difícil de imaginar, pero si el pueblo argentino sigue siendo fiel a su intensidad, es seguro que alcanzará las grandes magnitudes de nuestras manifestaciones.

Concluyo repitiendo lo mencionado en mis notas anteriores: la dirigencia política opositora, nucleada principalmente en el sello del PJ, debe reinterpretar el presente si quiere volver a ser escuchada y, sobre todo, ser una alternativa para representar. Esta reinterpretación deberá realizarse modificando su lectura y colocando la realidad como la variable principal.
Es decir, su marco teórico debe adaptarse a los sucesos, y no al contrario.

Lic. Ciencia Política.

La Yunta

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