8 marzo 2025

De criptos, presidentes y estafas

Compartir:

Esteban Magnani

Mientras todavía se siguen conociendo detalles acerca de la criptoestafa promocionada por el presidente Javier Milei, es posible bajarse del vértigo para reconstruir el camino que condujo a que el primer mandatario de un país avale expresamente una maniobra de este tipo. Sería demasiado simplista creer que esto se pueda explicar a partir de las particularidades de blockchain y el mundo cripto o de la psicología de un personaje. Que alguien pueda actuar de este modo, y que miles de personas crean en él, quizás hable mejor de la sociedad, o de una parte de ella, que ha perdido las certezas y necesita creer en algo.

¿Cómo se llega a una situación así?

Algunas posibles respuestas
Sin duda el contexto neoliberal genera la desesperación necesaria para que germinen como hongos trampas tan burdas. El economista griego Yanis Varoufakis en varias ocasiones, incluido su último libro Tecnofeudalismo, describe un punto de quiebre del sistema neoliberal en el año 2008, que permite explicar el descontrol del capital. Ese proceso se cristaliza en los años siguientes y, según Varoufakis, se muestra con toda claridad el 19 de agosto de 2020, cuando en plena pandemia se publicó que la economía del Reino Unido había caído un 22%: ese mismo día la bolsa de valores de Londres subía el 2,3%. Varoufakis resumía: «El capitalismo financiero se ha desacoplado de la economía capitalista, saliendo de la órbita de la Tierra, dejando tras de sí vidas y sueños rotos».

Lo que había pasado, según Varoufakis, era que luego de la crisis de las subprime en 2008, que dejó a grandes fondos financieros al borde de la quiebra, los Estados nacionales, asustados, habían decidido imprimir dinero para rescatarlos. En resumen, los Estados hicieron beneficencia para los financistas, quienes ya se habían enriquecido generando una crisis brutal, mientras exigían una creciente austeridad a los mayorías.

Protagonistas. Hayden Mark Davis, creador de $Libra (memecoin), junto al mandatario.

Foto: NA

El descontento generó, entre muchas otras cosas, un intento de respuesta tecnológica de la mano de Bitcoin, cuya tecnología subyacente, blockchain, ofrecía una forma de gestionar una nueva «moneda» bajo control distribuido que, supuestamente, impediría la especulación por su arquitectura misma. Nada más lejos de la realidad: en la práctica, la dificultad para regular blockchain habilitó todo tipo de estafas lisas y llanas. El sueño de generar una moneda propia se hizo realidad y surgieron variantes de todo tipo: shitcoins, memecoins, Fan Tokens, juegos Play to earnNFT y demás que pasaron de moda, pero aún deben resonar en las cabezas de muchos lectores.

El capital financiero no tenía ya ningún interés en la economía real marcada por una austeridad que no invitaba a invertir en ella. La ganancia ya no pasaba por producir bienes concretos, sino por generar algún esquema especulativo que aprovechara la complejidad tecnológica y la desesperación de la gente para venderle espejitos de colores que conducirían a la fortuna veloz. Así florecieron, recargados con tecnología, los esquemas piramidales que suelen asolar a la población en cada crisis. Las manifestaciones recientes más conocidas son la generación Zoe de Cositorto o RainbowEx, que no solo empobrecieron ciudades enteras, sino que también destruyeron los entramados de confianza en la comunidad y la familia.

Pero estos personajes están lejos de ser patrimonio de nuestro país: en los Estados Unidos, Sam Bankman-Fried, fundador y dueño de la exchange FTX, pasó en pocos meses de ser el criptoniño mimado de la prensa norteamericana a la cárcel por una estafa brutal, obvia desde el comienzo y multimillonaria. Eso por no hablar del esquema piramidal que sostuvo durante décadas Bernard Madoff (sobre cuya vida se realizó una película), quien llegó a ser un respetado miembro de la National Association of Securities Dealer.

Es la crisis social
En los momentos de crisis sociales profundas surgen los predicadores mesiánicos que trocan el descontento en fe. De allí surgen toda clase de personajes, influencers, nuevos (supuestos) ricos que aprovechan la desconfianza brutal en lo existente para desviarlo hacia sus propios intereses con promesas inverosímiles, como la de vender la fórmula para hacerse rico. ¿Por qué alguien la compartiría si ya no necesita dinero? ¿Por qué, perdido por perdido, no creerle?

Un ingrediente probable para explicar esta fe ciega en lo evidentemente falso son los efectos cognitivos que produce el uso compulsivo de redes sociales y jueguitos, como explica ya desde hace unos años el neurocientífico Michel Desmurget o más recientemente Jonathan Haidt en su libro La generación ansiosa; allí el especialista sistematiza los numerosos síntomas de problemas de salud mental de los jóvenes y los vincula, en parte, al uso excesivo de celulares.

Este combo de criptomonedas, desesperación y estafas penetró también a la democracia y a un sistema político que sufren por sus dificultades para imaginar y producir un mundo mejor. Es así como estos predicadores, por convicción o conveniencia, usan discursos mesiánicos para prometer soluciones mágicas sin resignar siquiera las prácticas que les permiten enriquecerse. Así es que los hijos de Donald Trump lanzaron la TrumpCoin antes de que sea presidente como una forma de capitalizar el apoyo a ese candidato.

Menú virtual. Las aplicaciones de inversión en criptomonedas, un negocio en expansión.

Foto: Shutterstock

Si la criptomoneda de Trump jugaba sobre el fleje de lo delictivo, el caso Milei-$Libra claramente cae del otro lado. Cuando no era presidente, Milei ya había reconocido que cobraba por sus opiniones en una entrevista. También hay antecedentes de su apoyo a una criptomoneda que luego resultó ser una estafa como CoinX; la diferencia con el caso actual es que lo hizo siendo presidente de un país, con la legitimidad que le da ser elegido por la mayoría popular.

Cabe insistir: es tan fácil crear una criptomoneda en la actualidad que lo determinante es el poder de generar una demanda que le dé valor, aunque más no sea por un tiempo breve. Las formas de lograrlo son muchas, desde una demanda artificial coordinada, hasta el uso de influencers que sacrifican su reputación por un poco de dinero rápido. Además, pocos responsables terminan presos mientras se ridiculiza a los crédulos en las redes por haber caído en la trampa.

Estos y otros fenómenos que eran marginales cuando el sistema parecía funcionar, fueron colándose entre las fisuras crecientes del sistema político, social y económico para comerlo por dentro. El camino para que una estafa promovida directamente desde el Sillón de Rivadavia sea posible ha sido largo. Del otro lado de la pantalla queda una sociedad cada vez más dañada y descreída que, al menos, puede dejar de creer en espejitos de colores y experimentar con otras formas de construir un futuro mejor.

Fuente: Acción Cooperativa

La Yunta

Compartir: