7 octubre 2024

Sin expectativas no hay política.

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Por: Pablo Charadia

 

En un contexto profundamente crítico, Argentina conmemora hoy los 48 años del último golpe cívico-militar. No es la primera vez que nuestro país recuerda esta fecha en un contexto de crisis económica. Los cuarenta años de democracia que siguieron a esta oscura etapa, protagonizada por el terrorismo de Estado, fueron atravesados varias veces por momentos en los que esta parecía tambalear. Si bien hubo un puñado de años de estabilidad y democracia de alta o mediana intensidad (en términos de Guillermo O’Donnell), la última década presenta un carácter preocupante, con una fuerte incertidumbre respecto del futuro. Por ello, en esta fecha en la que varios artículos se dedicarán de manera muy adecuada a recordar y relatar lo sucedido durante el periodo 1978-1983, nosotros nos centraremos en una reflexión que combina el presente político, la democracia, la representatividad y las preocupaciones respecto al futuro inmediato del sistema democrático.

 

Dos crisis

 

Así podemos reconocer que nuestro país está atravesado por dos evidentes problemáticas, una de carácter económico y otra política. El primero está vinculado a la cuestión de la desigualdad estructural que reflejan los bajísimos ingresos y el elevado costo de los productos y servicios básicos para la vida. El segundo problema está íntimamente relacionado con la condición material de existencia mencionada anteriormente: la agudización del conflicto social y un profundo descontento con la política.

Nos interesa aquí profundizar en el segundo de los asuntos problemáticos. Por lo que comprender la cuestión política que implica esta crisis nos lleva a construir un análisis del problema basado en el reconocimiento de los procesos: ¿Cómo llegamos hasta aquí? y ¿Cómo salimos de esto?

El proceso:

Para aquellos que han seguido nuestros artículos, es evidente que nuestra visión sostiene que la actual crisis económica y política debe analizarse teniendo en cuenta, como mínimo, los últimos tres períodos presidenciales, incluido el inicio del periodo libertario. También sostenemos que el actual presidente ha sucumbido en una serie de errores, en los cuales también incurrieron los gobiernos que lo antecedieron. El primer gran problema que hemos señalado es la sobrevaloración de la legitimidad de origen, lo que ha llevado a distintos gobiernos (principalmente el de Mauricio Macri y el de Javier Miler) a implementar políticas para las cuales no tienen el apoyo suficiente para ejecutar. El segundo gran error, es no resolver las principales angustias que prometieron solucionar y llevar adelante programas de gobierno que son contradictorios con su narrativa de campaña. Una tercera cuestión que hemos señalado, es el reduccionismo político que se utiliza para explicar la realidad, cayendo en dogmas y diagnósticos errados.

Las tres cuestiones anteriormente mencionadas tienen un denominador común, una línea horizontal que las atraviesa de punta a punta: la clase política hace ya tiempo que camina por un sendero diferente al de la sociedad. Habla y actúa en un registro que no es comprendido y, por sobre todas las cosas, que genera rechazo. la disociación entre realidad y pensamiento tiene, en nuestra opinión, un lugar central en la explicación de la actualidad política

Una preocupación de fondo:

Hemos señalado que la disociación entre la acción del pensamiento y la realidad de las vidas de las personas se ha convertido en el común denominador de la política argentina, y en principio este comportamiento pareciera no estar virando hacia alguna práctica política distinta. En este sentido, el fenómeno libertario de Milei quizás haya presentado una novedad política si nos referimos a las formas, pero la realidad nos marca que la verdadera cuestión es de fondo. La estructura de análisis y de práctica política termina siendo igual a la descrita en el subtítulo anterior, con el agravante de que este cambio en las formas ha resultado un verdadero retroceso ya que introduce una exagerada crueldad en las decisiones estatales y agudizó la falta de sensibilidad y deshumanización de la práctica política en democracia.

Ante esto nos interesa introducir una preocupación: si la dirigencia política en su gran mayoría reviste un carácter de disociación entre su pensamiento práctico y la realidad de las personas, lo que ha generado que los últimos tres gobiernos consecutivos, de tres sellos políticos aparentemente muy disímiles, hayan pasado por la vida democrática sin resolver las principales angustias sociales; donde el actual gobierno ha profundizado estas cuestiones con prácticas temerosamente crueles: ¿hasta cuándo logrará gozar de buena salud un sistema democrático que pareciera no construir soluciones?, o dicho de otra forma, todo este entramado de sucesivos fracasos políticos, ¿qué efectos profundos puede producir en la sociedad, en el sistema político y en la democracia?

Pareciera evidente que existe una brecha cada vez más amplia entre las expectativas de la sociedad y la capacidad de la dirigencia política para satisfacerlas. Esta desconexión ha dejado a muchos sintiéndose marginados del proceso político, incapaces de identificarse con las soluciones propuestas o de vislumbrar un futuro mejor para ellos y sus familias. En este sentido, es crucial reconocer que la política debe ser más que un ejercicio de poder o una serie de discursos vacíos.

Sin expectativas no hay política, o dicho de otra manera, la política sin expectativas es la antipolítica. La política debe articular las soluciones del presente con la expectativa futura, de lo contrario se vuelve una práctica endogámica de un sistema político que se habla a sí mismo y que construye debates (a veces muy técnicos) que dejan afuera a la gran mayoría de la sociedad. Así las personas comienzan a sentirse ajenas del debate, las decisiones, del sistema político y no reconocen en la dirigencia a aquella clase capaz de resolver los problemas comunes. La distancia se hace tan inmensa que lo único válido ante esto es sobrevivir día a día, salvarse como se pueda; es decir la única salida comienza a ser individual. Los biempensantes de la dirigencia política recorren los medios discursando sobre el individualismo, pero no logran concatenar que su disociación y su falta de proyecto (y también su propio y evidente individualismo) son el motor para que la sociedad no se reconozca en ellos, no encuentren expectativas de una vida mejor y no logre proyectar algo mejor que la fuerte caída de la calidad de vida sufrida en los últimos años.

Dudo que Javier Milei revierta esto, por el contrario, él solo profundiza este proceso de la peor de las maneras. Porque comete los mismos errores con el agravante de hacerlo desde un dogmatismo “divino” y a un ritmo frenético en el que arrasa con todo y no construye ningún lazo de humanidad con su pueblo ni con su patria. Las expectativas de un futuro mejor se agotan en tiempo récord y la vida cotidiana es cada día más dura y cruel, por lo que resulta evidente que si no revierte de inmediato este rumbo su fracaso político es la crónica de una muerte anunciada.

 

Sin dignidad no hay democracia

A pesar de lo expuesto, el pueblo argentino ha apostado por la democracia para ordenar su vida política, social y económica. Esto se observa en el hecho de que, aunque los últimos gobiernos han defraudado las expectativas depositadas y como ya hemos mencionado, se observa un constante deterioro de la calidad de vida, la sociedad ha intentado expresar sus descontentos por los canales que la Constitución prevé. Ha esperado los tiempos institucionales de la democracia para expresar en las urnas sus intenciones e incluso ha comprendido que el tiempo es un factor necesario para reconocer algunos resultados. Pero, ¿cuál es el límite de esto? Si la democracia y el sistema político no pueden garantizar un piso de dignidad para la realización de las personas y la dirigencia política no logra ser el sujeto capaz de garantizar las expectativas de un pueblo que se siente cada día más desprotegido; lo más probable es que ciertos discursos antidemocráticos comiencen a tomar cada vez más fuerza.

 

Quizás sea necesario que surja un espacio político capaz de situar en el centro de la escena política las expectativas de que es posible reorganizar la vida social, reconociendo las prioridades y aprovechando lo mejor de la idiosincrasia nacional. Porque las expectativas y deseos de las personas son claros; lo que no está claro es quién tendrá la capacidad de convertir esas expectativas en un programa político aplicable. A primera vista, el sistema democrático no parecería estar en cuestionamiento, pero la ineficacia para resolver problemas comunes en los ámbitos correspondientes primero abrió la ventana a discursos ciertamente desequilibrados, violentos y falsos; y, en segundo lugar, les brindó la oportunidad de gobernar. Nuestra opinión al respecto es clara: este gobierno solo profundiza una crisis que lleva años, y la profundización de esa crisis debe ser tenida en cuenta para ser administrada con tiempo y responsabilidad.

 

En este 24 de marzo de 2024, al conmemorar los 48 años de la etapa más sangrienta y cruel de nuestra historia, nos enfrentamos a una reflexión crucial. Si bien la memoria es fundamental para mantener viva la democracia, no podemos olvidar que esta no debe limitarse a un mero formalismo. La democracia debe ser una realidad práctica, un sistema que aspire, al menos en parte, a alcanzar su fin último: el bien común.

Politólogo.

La Yunta

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